Parafraseando al genial García Márquez…, a Puno hay que vivirlo para contarlo. Efectivamente, hace poco estuve por allá y –como siempre– me gané con el mítico Titicaca y el cielo más azul del mundo.
Sin embargo, el Altiplano está seco —reseco– por el estiaje. En esta época del año –como todos los años, previo al inicio de la temporada de lluvias– la sierra presenta su imagen más desoladora. El frío y el estiaje dejan huella.
¿Por qué el Estado no construye reservorios y planta bosques para retener parte de las abundantes aguas de lluvias, y disponer de ellas en los estiajes? No se oye, padre. Claramente, al Estado le importa un bledo la helada y el estiaje altiplánico.
Ahora bien, Puno tiene otro gran problema, aquel problema que aparece –espontáneamente– en todas las conversaciones que siempre tengo con mis compatriotas altiplánicos: LA CORRUPCIÓN. La corrupción en el Estado, Gobierno regional, Gobiernos provinciales y distritales, Policía y Fuerzas Armadas, Fiscalía y Poder Judicial, etcétera, salvo muy honrosas y contadas excepciones.
Sí, pues, al igual que en Cusco, Loreto, Arequipa, Junín, Ica, La Libertad, Lima…, la corrupción estatal en Puno es endémica. Por eso, los puneños no tienen agua, salud, educación ni seguridad.
Esta vez, los testimonios más recurrentes giraron en torno a la corrupción estatal frente a los pequeños mineros puneños, que hacen todo lo posible para formalizarse…, pero no. La formalización de la pequeña minería puneña —y peruana en general— es misión imposible. El Estado ha hecho imposible cumplir con los intrincados requisitos e interminables trámites del famoso Reinfo (Registro Integral de Formalización Minera).
Y claro, para los funcionarios corruptos del Estado no hay presa más apetitosa que un pequeño “minero ilegal” con 100 gramos de oro en el bolsillo, cuyo valor –al paso– en el céntrico Jirón Mariano Núñez de Juliaca es de US$8,000 aproximadamente.
El Estado está de plácemes con la “minería ilegal”. De ahí mi convicción de que el Estado –corrupto– es el principal interesado en mantener el statu quo de la pequeña minería en el país. Efectivamente, no hay nada mejor para la corrupción estatal que una “delincuencia” adinerada. ¡Una “delincuencia” creada —y promovida— por el propio Estado! Y eso es lo que está pasando con el boom del oro, aunado a la extraordinaria riqueza aurífera de Puno y del país.
No nos vayamos por las ramas. El problema actual de Puno —y del país en general— es la corrupción estatal. ¡Ese es el problema!
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